domingo, 30 de octubre de 2011

EL VERDADERO VALOR DE ANILLO

Vengo maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo ganas de hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

-Cuánto lo siento, muchacho. No puedo ayudarte, ya que debo resolver primero mi propio problema. Quizá después…

Y, haciendo una pausa, agregó:

-Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

-E… encantado, maestro –titubeó el joven, sintiendo que de nuevo era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

-Bien –continuó el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda y, dándoselo al muchacho, añadió: -Toma el caballo que está ahí fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, y no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes, que lo miraban con algo de interés hasta que el joven decía lo que pedía por él.

Cuando el muchacho mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le giraban la cara y tan solo un anciano fue lo bastante amable para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa como para entregarla a cambio de un anillo. Con el afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un recipiente de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.

Después de ofrecer la joya a todas las personas que se cruzaron con él en el mercado, que fueron más de cien, y abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener una moneda de oro para entregársela al maestro y liberarlo de su preocupación, para poder recibir al fin su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.

-Maestro –dijo-, lo siento. No es posible conseguir lo que me pides. Quizá hubiera podido conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo peda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

-Eso que has dicho es muy importante, joven amigo –contestó sonriente el maestro-. Debemos conocer primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar tu caballo y ve a ver al joyero. ¿Quién mejor que él puede saberlo? Dile que desearías vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca; no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo al chico:
-Dile al maestro, muchacho, que si quiere vender ya mismo, no puedo darle más de cincuenta y ocho monedas oro por su anillo.

-¿Cincuenta y ocho monedas? –exclamó el joven.

-Sí –replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de setenta monedas, pero si la venta es urgente…

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

-Siéntate –dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como ese anillo; una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un verdadero experto. ¿Por qué vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.

Joge Bucay

viernes, 28 de octubre de 2011

martes, 18 de octubre de 2011

LA ESCALERA "SILVIO RODRÍGUEZ"

Dedicado a un amigo que en las “pequeñeces de la vida” descubre su ensencia. La canción de “la escalera” de Silvio Rodríguez, me parece de una simplicidad tan absurda que puede considerarse incluso estúpida. Pero tiene que ver mucho con la relatividad de la importancia. De todo aquello que nos puede parecer sublime, y cuando lo alcanzamos, lo contemplamos hasta que la rutina nos hace descender al mismo sitio que empezamos.

LA ESCALERA “Silvio Rodríguez”

Iba silbando mi trino
por una calle cualquiera
cuando a un lado del camino
me encontré con la escalera.

Era una escala sencilla
de rústico enmaderado
desde la calle amarilla
hasta el rojo de un tejado.

¿Qué se verá desde el techo?
gritó la voz de lo extraño
y sin meditar el trecho
le puse afán al peldaño.

La brisa me acompañaba
en el ascenso y el alma
y mi camisa volaba
junto al sinsonte y la palma.

Mientras más ganaba altura
la calle me parecía
más pequeña, menos dura
como de juguetería.

Y sucedió de repente
que después de alimentarme
con la visión diferente
SÓLO QUEDABA BAJARME.

Dejé la altura en su calma
dejé al cielo en su horizonte
siguió batiendo la palma
siguió volando el sinsonte.

Me encontré con la escalera
cuando a un lado del camino
por una calle cualquiera
iba silbando mi trino.



Probablemente el éxito consista en ésto, una sensación tan efímera como banal.

lunes, 3 de octubre de 2011

PROFESORES por Elvira Lindo

Articulo de Elvira Lindo, extraído de "El País".
Para leer el original pincha el enlace: Profesores, por Elvira Lindo.

Confundir horas lectivas con horas de trabajo no es gratuito, es una manera de contribuir al lugar común de que los profesores trabajan poco. Tampoco es nuevo: siempre que se trata de estrechar los derechos laborales en la enseñanza alguien deja caer, como de manera inocente, que los docentes de la educación pública gozan de más ventajas que el resto de los trabajadores. Por más que se informe sobre los desafíos a los que se enfrenta un profesor en nuestros días, siempre habrá un buen ciudadano que llame a la radio o escriba al periódico para informar, por ejemplo, de las largas vacaciones que disfrutan los maestros. Es un clásico. A los políticos se les llena la boca con que no hay inversión más útil en nuestro país que la destinada a educación, hasta que un día se ponen a hacer números y empiezan por ahí: prescindiendo de interinos y poniendo sobre los hombros de cada trabajador dos horas más.

Explicar que ser profesor no consiste solo en dar clase debería de ser innecesario. ¿Qué consideración se les tiene a los docentes si se extiende esa idea? El profesor enseña, pero también corrige, ha de preparar sus clases, perder un tiempo precioso en absurdos requerimientos burocráticos y, en ocasiones, hacer labores de trabajador social. La educación requiere ahora más energía que nunca y no es infrecuente que el enseñante desarrolle patologías físicas o psíquicas. Su trabajo cansa, es más duro que muchos de los trabajos que nosotros realizamos. Los niños y los adolescentes son grandes devoradores de la energía adulta. Los escritores que hemos visitado colegios e institutos lo sabemos: dos horas dando una charla ante una vampírica muchachada te dejan para el arrastre.

¿Cómo pretenden los responsables del injustificable derroche autonómico que se comprenda que el sacrificio ha de comenzar por los que ya están sacrificados?

domingo, 2 de octubre de 2011

LIBERTAD

Me gusta el pasodoble y me he encantado el montaje; por eso lo comparto: