Discurso pronunciado por Seattle, cacique de los Duwamish, ante el gobernador del territorio de Washington Isaac Stevens en 1856:
“El gran jefe de Washington ha mandado decir que desea comprar nuestra tierra. ¿Cómo puede comprar o vender el cielo y el calor de la Tierra?. Cada terrón de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada hoja reluciente del pino, cada playa arenosa, cada velo de neblina en la oscura selva, cada claro del bosque y cada insecto que zumba son sagrados en las tradiciones y en la conciencia de mi pueblo. La savia que circula por los árboles lleva consigo los recuerdos del hombre rojo.
Somos parte de la Tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas. El venado, el caballo y el águila son hermanos nuestros. Las cumbres rocosas y las campiñas verdeantes, el calor de los pinos y el del ser humano, todos pertenecen a la misma familia.
Esta agua brillante que corre por los ríos y arroyos no es sólo agua, sino también la sangre de nuestros antepasados. Si te vendemos la tierra deberás acordarte de que es sagrada y tendrás que enseñarles a tus hijos que es sagrada y que cada reflejo en el espejo del agua transparente de los lagos cuenta las historias y los recuerdos de la vida de mi pueblo.
El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos. Sacian nuestra sed. Los ríos transportan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si te vendemos nuestra tierra habrás de recordar y de enseñar a tus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también tuyos y tendrás que tratar a los ríos con la misma amabilidad que otorgarías a un hermano”.
Siempre hubo, hay y habrá, alguien que diga que el cacique Seattle era un salvaje.
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