miércoles, 14 de abril de 2010

LA PUERTA

Érase una vez un emperador que quería escoger como primer ministro al más sabio, al más avispado de sus súbditos. Tras una serie de pruebas difíciles, sólo quedaron en liza tres competidores:

“He aquí el último obstáculo, el último reto –les dijo–. Estaréis encerrados en una habitación. La puerta estará provista de una cerradura complicada y sólida. El primero que consiga salir será el elegido”.

Dos de los postulantes, que eran muy sabios, se sumergieron inmediatamente en arduos cálculos. Alineaban columnas de cifras, trazaban esquemas embrollados, diagramas herméticos. De vez en cuando se levantaban, examinaban la cerradura con aire pensativo y volvían a sus trabajos con un suspiro.

El tercero, sentado en una silla, no hacía nada. Meditaba. De repente, se levantó, fue hacia la puerta y giró la manilla: la puerta se abrió, y él salió.

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