Se ofrecía una elegante cena en honor de un gran médico. Desde el comienzo el homenajeado se vio asediado por una señora que quería aprovechar la ocasión para consultarle acerca de toda clase de síntomas y malestares. La señora consiguió sentarse a su lado y no dejó de hacer preguntas.
Al finalizar la cena, el médico, harto hasta la coronilla, se acercó a otro invitado, un abogado amigo suyo:
– Me dan ganas de enviarle la cuenta a domicilio a la tal señora –dijo–. ¿Cree usted que lo puedo hacer?.
– Sin duda. Está usted en su derecho, ya que ella le ha consultado –le contestó el abogado–. Y ¡le servirá de lección!.
Al día siguiente el médico mandó la cuenta. Pero también, ese mismo día, recibió otra del abogado que decía: “Por una consulta de carácter jurídico: 200 euros”.
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