Era la fiesta patronal de un pequeño colegio de religiosas. En una de las aulas se improvisó el bar. Y en una de las mesas del festivo bar había una gran bandeja de preciosas, rojas y jugosas manzanas. Una de las monjitas había puesto un cartel junto a ellas donde se leía: “Llévate solamente una. Recuerda que Dios está mirando”.
En otra mesa cercana había otra bandeja, pero llena ésta de apetitosos pastelitos de chocolate. Junto a la bandeja había un papel medio arrugado cuya zarrapastrosa e inequívoca escritura infantil decía: “Llévate todos los que quieras. Dios está mirando a las manzanas”.
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