
“Un monje se encontraba labrando, en el huerto del monasterio, cuando se le apareció un ente celestial. El monje le miró y el Ente inclinó la cabeza hacia la derecha.
- Hoy llevo labrado toda esta parte y sólo me queda ese trozo, -comentó el monje- me gustaría terminar la labor encomendada antes de partir, y no dejársela a mis compañeros. Sólo es un momento.
El Ente desapareció.
Al cabo de dos años se encontraba en la cocina cuando volvió a aparecer, e hizo la inclinación de la cabeza.
- Sólo me queda por fregar esos cuantos platos, espera sólo un momento. –Volvió a comentarle el fraile.
Y el Ente, volvió a desaparecer.
Al cabo de otros dos años se repitió la escena, esta vez en el corredor de las celdas mientras barría.
- Me queda esta zona y el pasillo contiguo por limpiar, permitemé terminar.
Ocurrió como las otras veces, pero esta vez el espíritu celestial se desvaneció para no volver a aparecer.
Los años fueron pasando, y una noche al regresar a la celda y tenderse en su camastro para dormir, se sintió más cansado que nunca.
- Ya ha llegado el momento de partir –se dijo-. E invocó al Ente.
El monje sonrió al verle aparecer.
- Toda mi labor está cumplida, ya estoy preparado para ir al Cielo.
- ¿Dónde crees que has estado? –Le comentó el ente celestial.”